martes, 28 de diciembre de 2010

Mano y media

Yo la vi y calculé mal porque estaba un poco alejado de ella en ese momento preciso en que estalló todo. No sé si pasó mucho tiempo cuando desperté, pero estoy seguro que no se había movido de allí. Sus pies eran enormes, tanto que pasé para revisarlos y me faltaron dedos para contar los centímetros que tenían, además de que en una mano me quedan solo dos dedos porque los otros los perdí en la carnicería de mi padrino, Iván el italiano. Así que se puede suponer que entre siete dedos no es mucho lo que podía medir en tanta largura esa la suya. Pienso que entre su cuello y la cabeza hay una distancia como de mi pie a mi rodilla, tan es así que yo intenté mirarla desde abajo y no me alcanzaron los ojos. Desde la altura del (h)ombligo (porque sí), hay maneras como de esperar que surjan otros planetas o si no, una constelación distante y distinta de la nuestra, que ya sería mucho decir. Entonces, ella es la mujer que buscaban y han de pagarme recompensa, para eso me fajo temprano a la mañana. Solo que no me imaginaba ser cierta la leyenda trazada en las veredas de una mujer de tres metros y mi red se quedó corta, por lo que hube de asir otra tendida en la cuerda del patio de casa de mi Tía Lola, y sus chillidos ni los soporta Demián, el hijo torvo, el del filme solo de nombre pero sí malévolo para otras cosas que terminan siendo miriñaques. Pues esto no me favoreció al tener que compartir lo ofrecido por ustedes. Las uñas de la mujer de tres metros no son un aliciente para muchos y aunque le ofrecí las pestañas, la Tía Lola se empeñó en reclamarme las tres y me tuve que conformar con el resto, menos mal que esta mujer al menos tenía sus dedos completos, eso sí, lo suficientemente largos para que sus uñas en mis manos semejaran manoetijeras, tal el filme, con mis siete dedos nomás.